El viejo Hobsbawn dijo una vez que “hasta el triunfo de la televisión, ningún medio de propaganda podía compararse con la eficacia de las aulas”.
En ese entonces se temía por la existencia de la Escuela como institución y ese miedo era provocado por la emergencia de los primeros medios audiovisuales.
En ese entonces se temía por la existencia de la Escuela como institución y ese miedo era provocado por la emergencia de los primeros medios audiovisuales.
Sin embargo, hoy en día estamos en el comienzo del siglo XXI y pese a presenciar el nacimiento de nuevas tecnologías de comunicación más innovadoras que la televisión, todavía nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes asisten a instituciones educativas pertenecientes al sistema formal.
¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades de la Escuela? ¿Qué la mantiene en vigencia y qué pone en peligro su devenir? ¿Puede existir educación sin Escuela?
La escuela como nosotros la entendemos nace, ya desde su origen, ligada a una función de socialización; y puede que este sea uno de los aspectos de mayor controversia al pensar en sus fortalezas y debilidades. En los inicios de la Modernidad, los ideales políticos y económicos de cambio y movilidad social exigían de la Educación la preparación del ciudadano para insertarse en la vida productiva y “participativa” de la Nueva Era; pero en una sociedad en la que la información básica de los quehaceres de ciudadano y trabajador están al alcance de cualquiera desde los medios virtuales de comunicación:
¿cuál puede ser la utilidad de la institución educativa?
¿cuál puede ser la utilidad de la institución educativa?
Es esta inmediatez y diversidad de la instrucción virtual lo que ha llevado a muchos a poner en duda la eficacia real de la Escuela; sin embargo hay pensadores que sostienen que existen hábitos, modos y valores que son de gran utilidad para cualquier Estado y sólo pueden ser inculcados a través de la relación constante y sistemática que se da en las aulas. Es por ello que la educación formal sería clave en la formación de individuos disciplinados, organizados, normalizados y sociables, aunque la información básica sobre el mundo la provean los medios virtuales. Pero, ¿cumple el sistema educativo con esta función?
La falta de motivación por parte de los estudiantes producida por una cantidad desmesurada de contenido desconectado de la realidad inmediata y cotidiana; la dificultad de los docentes para integrar los conocimientos y las vivencias del alumno por la exaltación de métodos poco versátiles y demasiado abstractos; la crisis de la figura de autoridad de los docentes motivada por los cambios sociales y políticos; y los extensos niveles de deserción a causa de la precariedad económica y el deterioro cultural de las mayorías, son algunos indicadores que se mencionan para alertar sobre la incapacidad de la Escuela Moderna para sobrellevar y enfrentar las problemáticas sociales que la afectan.
Esta situación, además de hacer emerger intentos políticos apresurados de “actualización” o “integración” de las instituciones educativas a las nuevas tecnologías multimedia, plantea interrogantes serios sobre qué valor tienen las prácticas educativas, qué se proponen y qué medios son más adecuados a sus fines.
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