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Carta a un adiós eterno (Por Camila Coronel)

Perder a un ser querido es muy doloroso, se comienza a sentir la soledad. El llorar se convierte en una actividad individual y clandestina.
            Los recuerdos florecen en la piel, antes y después, todo aparece en la memoria, de a poco. Cada cosa pequeña aparece para fortalecer el recuerdo de esos tiempos. Así como la rutina o simplemente los sentimientos encontrados.
            Sentimientos, sean cuales sean y dirigidos a quienes sean, tomando cualquier dirección, ya sea religiosa, científica, mental, todos llegan a un ocaso de preguntas y dudas.
            Se empieza a poner en tela de juicio acciones pasadas, que tal vez afectaban o no la situación, ¿Podrían haber cambiado el futuro? Pregunta que aparece y desaparece, no solo para atormentar sino que también para reprochar errores pasados pero que al fin y al cabo queda inconclusa.
            El miedo empieza a nublar la vista, pensar en uno mismo o en el otro, aun sabiendo que nosotros si vamos a seguir en la realidad. Invadiendo los espacios vacíos, el miedo colonizó la mayor parte del cuerpo. Dejando a la luz un pensamiento basado en una simple pregunta ¿Qué hubiese sucedido si pasaba lo contrario? Y si se enfrentaba el miedo, que más se podría haber hecho en ese momento, ¿No llorar y sonreír? Sabiendo que la realidad golpea la puerta, ¿Se podría mirar por la ventana? Dejar que una simple excusa decolore el último momento, y escapar por el camino del silencio hasta esperar un rayo de luz para descubrir el error. Descubrir el momento de debilidad donde no podemos ver la realidad de un adiós eterno.
            Donde decidimos escapar, correr lo más lejos que se pueda, sin pensar el qué dirán, sin pensar lo que estamos haciendo, lo que estamos abandonando en su último momento. Sin poder otorgar su última alegría, que tan solo es una más para nosotros, pero la última de ellos.
            Sin embargo, evadirlo no lo hace menos doloroso, porque no ver la realidad lo hace aún más doloroso. Ya que nos debemos conformar, luego de caer en el abismo de la realidad, con mirar un simple pedazo de tierra con un florero lleno de flores secas de vida. Pero lo que aparentemente no logra cansarse es la mente, porque con cada recuerdo convence a cada una de todas las células del cuerpo con que se puede llegar a encontrar alguna esperanza, y luego cae la realidad infaltable.
            La realidad, que aclara todos los términos que nadie quiere saber, todo lo que se arrebata en un solo segundo, el adiós eterno. Sale a la luz lo que faltaba, buscar un culpable, tarea que no era muy difícil, pero ¿Había alguno? ¿Acaso se podía tachar con el nombre del delito al Destino? De nada serviría encontrar culpable.
           
No queda nada más que refugiarse en los recuerdos que iluminan el camino, los mejores momentos, donde existía felicidad sin miedo. Nada lograría olvidar ni lo malo ni lo bueno, pero depende de cada uno en donde se enfoca la mirada. Cuanto más fuerte sean los recuerdos más perduraran en los años que siguen, porque el olvido puede ganar en ciertas partes, como olvidar perfumes, gestos, miradas, pero si nuestra memoria puede reprocharnos los errores ¿por qué no mostrar los mejores recuerdos?, los seres queridos que perdemos, viven en los recuerdos de los demás. Depende de nosotros desear que la luz llegue a la herida del alma.
            Un adiós inconcluso por miedo a la realidad, debe llegar a destino para aliviar el dolor del alma. Olvidar no sería la forma ¿O tal vez si?, pero recordar lo bueno intentaría consolar un corazón desgarrado y un alma herida. No les entrego una solución para superar una pérdida de un ser querido, porque aún no la he encontrado, pero después de largas noches de razonamiento y atardeceres de melancolía, además de cuatro largos años, solo logro contarles una pequeña parte de lo que sentí al perder un ser querido. Y aun sin lograr desprenderme del dolor, les dejo el relato de los sentimientos que sufrí al perderlo.

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